ESPECIAL: STEVE JOBS Y LOS COCHES

Aunque quizás llegue un poco tarde, no me gusta escribir sobre hechos excesivamente recientes. Sobretodo en el caso de fallecimientos. Prefiero que pasen unos días, las emociones se atemperen y los panegíricos se extingan. Es lo que tiene esta sociedad en red,  globalizada hasta el paroxismo, que sólo piensa en la última hora, en el último minuto. La moda de lo inmediato en la que lo acontecido ayer tiene fecha de caducidad y se marchita aceleradamente como una flor delicada y lánguida. Pero mi estilo necesita un tiempo de sosiego para la reflexión previa a la opinión.

Foto: http://goponygo.com

Como todo el mundo ya sabrá, Steve Jobs falleció el pasado día 5 de octubre de 2011. El gurú de Apple al final no pudo vencer en su batalla contra el cáncer. Pero nos ha dejado un legado que pasará a la historia. Muchos lo han comparado con Henry Ford o Leonardo Da Vinci, aunque yo creo que él estaba en otra órbita distinta. Al contrario que Ford, estaba más preocupado por el marketing –sobretodo  por el branding, con su obsesión por crear una marca que fuese un icono- que por los procesos productivos, el ahorro de costes o las condiciones laborales. Y, a pesar de que Jobs era un genio, es muy difícil que alguien se pueda igualar al gran Leonardo. No obstante, tanto uno como otro, fueron unos visionarios que supieron adelantarse a su tiempo y que, en muchas ocasiones, no fueron comprendidos por sus coetáneos.

La gran capacidad de Jobs, por la que al final pasará a la historia, fue su habilidad para transformar un objeto cotidiano, convirtiéndolo en un mito. Siendo realistas, ni él inventó el ordenador personal, ni las películas de dibujos animados, ni los reproductores de mp3, ni los teléfonos moviles con pantalla táctil. Sin embargo este gran talento consiguió revolucionar todos esos productos, convirtiéndonos en esclavos de sus gadgets.

Desde que adquirí mi primer producto de Apple, tuve una sensación física de transgresión, de cruzar furtivamente la frontera del deseo, sucumbiendo de un modo casi físico a su atractivo. Les propongo un divertido experimento: vayan a una Apple Store o a cualquier tienda especializada en la que exista un rincón reservado para Apple. Quédense un rato mirando y observen como todos los que se acercan a cualquiera de los productos expuestos lo hacen con delectación casi erótica. Lo primero que hacen es acariciarlos ocultamente, con temor, para luego tocar con algo más de confianza. Muy pronto estarán manoseando las pantallas táctiles de un modo casi indecente. Esa es la forma en la que, al final, todos nos rendimos al magnetismo de Apple. Y ahora siempre me hago la misma pregunta: ¿cómo podía yo vivir sin esto antes?

Mi primer pensamiento al conocer su fallecimiento fue lanzado a los sucintos límites de Twitter en 140 carácteres: “el cáncer se lo ha llevado sin darle tiempo a crear el iCar. Estoy seguro que, de haber tenido tiempo, habría diseñado el coche del futuro”. Y es que su mejor faceta era la de reinventar objetos que ya existían, haciéndolos más útiles, más fascinantes, más imprescincibles.

¿No creen ustedes que se habría arriesgado con los vehículos? Igual que se atrevió con los ordenadores, golpeando en el hígado a IBM; igual que fue capaz de ganarle la partida en su propio terreno a Disney con Pixar; igual que revolucionó la industria de la música con iTunes; o venció a Nokia y a Motorola haciendo teléfonos móviles; estoy convencido de que Ford, General Motors o Volkswagen habrían temblado con sólo insinuarlo.

Foto: www.egmcartech.com

En estos tiempos en que el automóvil tiene que sufrir una necesaria revolución, es necesario que surjan gurús como Steve Jobs. Ejecutivos que luchen por sus sueños y que osen desestabilizar las rígidas estructuras de una industria que parece algo perdida, empeñada en dar palos de ciego con los coches híbridos que no convencen a casi nadie, o con los vehículos eléctricos con tiempos de recarga prolongadísimos y autonomías irrisorias. Un problema, por cierto, muy típico del iPhone minimizado por los usuarios del dispositivo.

Como todos los idealistas, Steve Jobs, a pesar de ser uno de los hombres más ricos del mundo, era un hombre de costumbres sobrias y actitudes espartanas. Se ha hablado mucho en Internet sobre sus coches. Pese a que muchos creían que sería el clásico friki multimillonario de Silicon Valley, arrogante, obsesionado con los Ferraris y Lamborghinis con los que devolver al mundo todo su desprecio por los oscuros años de trabajo y estudio, el fundador de Apple no era de esos. Pese a su pasado hippie, como otros muchos triunfadores de su generación, se había rendido a la eterna sobriedad germana de un Mercedes-Benz SL 55 AMG. Una máquina dotada de un poderoso motor de 5.500 centímetros cúbicos con 476 CV y 700 Nm de par motor desde 2.650 revoluciones a 4.500. Una bestia parda capaz de hacer sombra a un Lamborghini Diablo o a un Porsche 911 Turbo, pero con la discreción que siempre buscan este tipo de personajes.

Foto: www.motorpasion.com

El único rasgo característico es que circulaba por Cupertino, sede de Apple Inc., sin placas de matrícula. En su lugar, lucía un código de barras que dio pávulo a las más enloquecidas teorías. Desde que era un tratamiento especial para excéntricos millonarios, hasta que el Estado de California le había personalizado unas placas especiales con el logotipo de Apple, que eran hurtadas sistemáticamente por fanáticos de la marca. Mas la verdad que se oculta tras la leyenda es mucho menos sofisticada Según se hace eco Motorpasion, a través de una información de iPhone Savior, el vehículo no llevaba placas de matrícula porque no le daba la gana a su dueño, que prefería pagar la multa de 250 dolares que cobran en California por esa infracción. Lo del código de barras no es más que el VIN, o número de bastidor del automóvil, que es la forma por la que identifican a los coches en Estados Unidos.

Otra de sus manías al volante era la de aparcar en una plaza reservada para minusvalidos. Aquello le hizo ganarse más de un rayón malintencionado de empleados con discapacidad enfurecidos por no poder aparcar en sus sitios reservados y que seguramente no sabían que aquel vehículo de apariencia discreta era del gran amo de Apple.