EL SUPERLUJO, ÚNICO SALVAVIDAS PARA LA INDUSTRIA DEL AUTOMÓVIL

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Es irónico observar como, mientras muchos de los habitantes de la zona euro y Estados Unidos se han visto sometidos a un empobrecimiento generalizado por culpa de una crisis de dimensiones épicas, un selecto y afortunado grupo de individuos se ha encontrado con que su patrimonio se ha incrementado hasta límites insospechados. Y es que es un hecho cierto que, cuando el nivel económico general baja, hay unos pocos que se enriquecen.

En palabras de Torsten Mueller-Oetvoes, consejero delegado de Rolls-Royce, citado por Expansión: «el número de súper ricos en todo el mundo está creciendo; actualmente hay unos 90.000, pero se espera que en diez años la cifra alcance los 125.000». Esta veta la están aprovechando, además del fabricante inglés, otras marcas de coches de lujo como Ferrari, Maseratti, Bentley o Porsche. Todos presentan unas cifras de ventas envidiables, que ensombrecen las de años anteriores. En lo que va de año, frente a caídas del sector del 20,7%, el subsegmento del superlujo ha crecido un 14,6%.

No obstante, estos crecimientos que harían frotarse las manos a cualquier responsable de ventas podrían ser aún mayores si no fuese porque estas marcas quieren mantener su exclusividad y sus producciones anuales son muy exiguas. Para que se hagan una idea, Ferrari ha cerrado el primer semestre del año con 3.577 vehículos entregados a clientes, lo que haría un 11,7% de subida respecto al mismo período del año pasado.

Pero lo curioso de marcas como Ferrari es que sus beneficios no sólo crecen gracias a un mayor número de unidades vendidas. Se estima que en torno al 80% de los ingresos del «cavallino rampante» proceden del merchandising: gorras, relojes, bicicletas, bolsos,… Cualquier cosa susceptible de colocarle un logo se vende con gran facilidad. Y es que, según han expresado en varias ocasiones desde Maranello, el objetivo no es que muchos clientes tengan un Ferrari en su garaje, si no que muchos deseen guardar uno en su parking.

Esa deseabilidad de marca hace que muchas personas, en cuanto tienen fortuna en los negocios –o les toca la lotería-, caigan rendidas bajo el encanto decadente de un automóvil de superlujo. Si antes lo habitual era que se comprasen un Mercedes o cualquier otra marca premium, hoy en día los nuevos ricos pican más alto y sólo se conforman con coches como el Bugatti Veyron, el Bentley Continental GT o el Maybach 62 S.

¿A qué se debe este crecimiento? Básicamente a los mercados emergentes. Los negocios en China funcionan mejor que nunca, generando una nueva camada de multimillonarios apasionados por el lujo europeo más refinado y con afán de ostentación.

Pero no son los únicos que tienen dinero contante y sonante para gastarlo en vehículos inalcanzables. En Rusia, las grandes fortunas están en manos de jóvenes excéntricos y exhibicionistas. Por no hablar de los empresarios abudabíes o hindúes, menos jactanciosos pero con el mismo afán por difrutar de los placeres más refinados y exclusivos.

Multimillonarios por herencia o por pelotazos rápidos, que han transformado las viejas costumbres de la élite. Si antes creían en valores como el esfuerzo, el trabajo duro y la discreción; ahora son hedonistas encantados de conocerse que prefieren disfrutar de la vida a un ritmo acelerado, mostrando a los demás el éxito y el poder que han alcanzado. Y de esa vanidad se aprovechan los fabricantes para sanear sus cuentas de resultados.