Nuevo enfrentamiento entre la Unión Europea y los fabricantes de coches

Ya he escrito en otras ocasiones sobre el gran poder de los lobbies del motor en los distintos ámbitos de decisión política. Si en otro artículo estuve explicando cómo funcionaban los lobbies en España, el gran escenario –a parte del norteamericano- en el que los grupos de presión trabajan a pleno rendimiento es la Unión Europea. Y la principal protagonista es ACEA (la Asociación Europea de Constructores de Automóviles).
El coloso que aglutina a una gran parte de las marcas de coches más importantes del mundo ha abierto un nuevo frente en su dura pugna contra los políticos europeos. Las hostilidades han comenzado por la pretensión de la Comisión Europea de modificar el vigente reglamento que regula el nivel de ruido que debe generar un motor. La normativa actual, aprobada en 1996, establece unos umbrales muy amplios. El objetivo de esta reforma es reducir en un 25% el sonido de los motores que se fabriquen a partir de la promulgación de la norma. Para conseguirlo se articularían dos fases: en la primera de ellas deberían bajarse hasta los 70 decibelios; para luego rebajar en un segundo tramo hasta los 68 decibelios.
Sin embargo, los fabricantes argumentan que técnicamente no es viable una disminución tan brusca y están comenzando a armar un poderoso ejército de influyentes lobistas expertos en negociación. En su descargo argumentan que los 72 decibelios es un objetivo viable, pero que llegar hasta los 70 decibelios no es posible en el plazo de 3 años que se ha fijado la Comisión. Necesitarían mucha más inversión en I+D y por lo menos 8 años para adaptarse a la nueva legislación.
Sin ánimo de tomar partido por ninguna de las partes, quiero plantear una serie de reflexiones que pueden ayudar a entender mejor la cuestión. La primera de ellas es que en Europa la contaminación sonora es muy alta, debido sobretodo a la mayor densidad de automóviles de gasoil, más ruidosos y sucios. Los fabricantes han bajado la sonoridad de dichos motores, centrándose sobretodo en el aislamiento del habitáculo. Ahora un comprador de un coche nuevo percibe mucho menos ruido que hace diez años.
No obstante, una gran parte de la rumorosidad de los vehículos es por culpa de la rodadura. Es decir, el asfalto y las ruedas generan un molesto estruendo que nada tiene que ver con los propulsores. ¿No sería también importante que la Comisión Europea reglamentase sobre las calidades de los distintos asfaltos y sobre los cauchos y los dibujos de los neumáticos? Porque según explica ACEA, con el límite de 68 decibelios prácticamente los viandantes ni se enterarían del cambio debido al molesto sonido de rodadura contra el que no piensan hacer nada.
Por último, cuando en Estados Unidos están pensando en obligar a poner algún tipo de sonido a los motores eléctricos e híbridos debido al peligro de atropello a peatones, en Europa se sigue legislando a corto plazo, sin entender que probablemente dentro de quince o veinte años los automóviles tengan otros problemas mucho más graves que el del ruido.
Además, los coches más ruidosos y molestos son, básicamente, de dos tipos: los más antiguos y los que sufren modificaciones en los tubos de escape. Creo que una medida mucho más efectiva sería que los propios policías locales en cada municipio llevasen un pequeño aparato que midiese los decibelios in situ para multar a aquellos conductores que incumplan la normativa vigente. Seguro que los fanaticos de los vehículos tuneados –muchos de ellos en situación irregular-, los motoristas desalmados y los que utilizan automóviles viejos e inseguros -unidades con más de 15 años de antigüedad, que deberían haber pasado hace años a mejor vida- se pensarían muy mucho las cosas antes de seguir molestando a sus vecinos con sus ruidosas tartanas. Y si de paso hay que multar también al dueño de un Lamborghini Aventador porque se dedica a circular en primera a 8.000 rpm, que se le sancione. Con ese coche no creo que le importe pagar la multa.