Range anxiety

Todo el que haya conducido un automóvil por una carretera poco transitada, con el depósito de combustible en la reserva, habrá experimentado una gran tensión al sucederse los kilómetros sin que aparezca una gasolinera. Dado que la red de surtidores es suficientemente densa en España, no es muy habitual que suceda salvo por un error de cálculo del propio conductor. Y no se extrañen porque  pasa más de lo que parece. Conozco de primera mano un caso de un amigo que, por negarse a pagar el céntimo sanitario en su comunidad autónoma, tenía la costumbre de desplazarse a repostar hasta la región limítrofe (a no mucha distancia de su lugar de residencia). El problema llegó un día en que calculó mal y se quedó tirado sin combustible.

Este concepto de range anxiety –ansiedad por la autonomía- se ha puesto de moda gracias a los vehículos eléctricos. Se ha comprobado que el estrés que sufre un conductor ante la posibilidad de no poder seguir circulando por falta de energía es mucho más elevado. Como ya supondrán, la causa principal se debe a la falta de puntos donde enchufar las baterías y al prolongado tiempo de recarga de las mismas.

Lo entenderemos mejor con un ejemplo. Imaginemos que disponemos de un garaje individual. Este pequeño detalle es fundamental si tienen un coche eléctrico y desean conectarlo a la red eléctrica por las noches. Aunque la ley aclara que se puede establecer un punto de recarga sin la autorización de la comunidad de vecinos, en un garaje para varios vehículos no veo sensato que cada usuario tire un largo cable por el suelo, que se acabará enredando con los de otros vecinos, con los consiguientes estorbos e incomodidades para todos.

Foto: www.iwanttobuyanelectriccar.com

Sigamos con la simulación. Si no queremos dañar la costosa batería, nos ocuparemos cada noche de realizar una recarga que llamaremos lenta. La otra posibilidad, de la que no debemos abusar para no acortar en exceso la vida de la batería, sería la recarga rápida. Curiosamente, su nombre no se ajusta a la realidad, ya que el llenado no se suele producir tan rápido como dicen los fabricantes.

Por descuido o desidia, puede suceder que alguna vez se nos olvide enchufar el automóvil por la noche, con lo que nos encotraremos a la mañana siguiente con que tan sólo disponemos de la mitad de la autonomía. Si nos pasa con el móvil, ¿no nos va a ocurrir lo mismo con el coche? Si nos encontramos en ese caso, probablemente no podamos realizar más de 75 kilómetros. Incluso así, como no disponemos de otro vehículo y vivimos en un chalé a 15 kilómetros de Madrid, nos arriesgaremos a utilizarlo. La otra alternativa sería quedarnos en casa sin acudir al trabajo, dejando a los niños sin colegio. Salvo que los jefes sean muy comprensivos, la excusa de la poca batería no va a colar.

Con la pila a medias, emprendemos la marcha. He de añadir que estamos en invierno y nuestro modelo no se lleva muy bien con las crudas temperaturas invernales. Al gasto energético que supone el uso de la calefacción, hay que sumar el efecto disminución en la capacidad de la batería por culpa del frío. Considerando una disminución del 30%, la autonomía no sobrepasaría los 50 kilómetros. El trayecto se pone emocionante.

Si fuésemos a circular tan sólo por ciudad, los distintos fabricantes aseguran que tendríamos suficiente para ir y volver a casa. No obstante, los 10 primeros kilómetros los vamos a realizar por autovía, así que la ansiedad comienza a ser muy alta. Lo normal es que el coche alcance con solvencia una velocidad de 90 kilómetros por hora. Pero pasar de 90 a 120 kilómetros por hora puede suponer un uso energético excesivo que se penaliza reduciendo la autonomía hasta límites insospechados. Así que podemos optar por dos posibilidades: o vamos a 90 por hora mientras todo el mundo nos adelanta, pitándonos por ser un estorbo para el tráfico; o apretamos los dientes y aceleramos hasta 120 por hora, con lo que la posibilidad de regresar a casa por nuestros propios medios -sin recurrir a la grúa- se reduce notoriamente.

Foto: http://energiasrenovadas.com

Al final decidimos conducir a 90 km/h (a menor velocidad sería una temeridad) con la idea de preservar la batería restante por si hiciese falta. Es entonces cuando el nivel de tensión se eleva aún más. Incluso a esa velocidad, pisando el pedal sin brusquedades, con la máxima suavidad, la autonomía cada vez se reduce más y entramos en Madrid con una reserva de 20 kilómetros. Totalmente angustiados, llegamos al trabajo con la mente puesta en el punto de recarga del parking donde guardamos el coche durante nuestra jornada laboral. Entonces podremos enchufar nuestro exhausto utilitario para realizar una recarga lenta. Sin embargo, las cosas podrían ponerse más feas todavía si nos encontramos con que la plaza reservada a los vehículos eléctricos se encuentra ocupada por uno convencional, algo muy típico en esta España incivilizada, caótica e insolidaria. De ese modo, no dispondríamos del tiempo necesario para la recarga y el regreso sería verdaderamente dantesco.

Supongo que con este ejemplo habrán comprendido en qué consiste la range anxiety. Según he leído en el interesante blog Motorpasionfuturo, existen estudios realizados en Inglaterra que afirman que, tras tres meses de uso del automóvil, el 35% de los conductores sigue sintiendo este tipo de angustia. Me parece que las cifras son elevadas, teniendo en cuenta que del mismo estudio se deduce que lo habitual es circular por debajo del 50% de carga. Habría que analizar si eso es consecuencia del pasotismo de los propietarios o por pura necesidad ante los pocos puntos de recarga.