Hispano-Suiza, una leyenda a imitar (I)

Cuando un industrial con gran capital para invertir y un ingeniero innovador y visionario se asocian, los resultados pueden ser espectaculares. Si la empresa que fundan se asienta sobre unos pilares sólidos y firmes, basados en estudios objetivos de viabilidad del negocio en función de los errores anteriores -análisis que  determinaron que las experiencias previas en negocios similares se hundieron por falta de recursos financieros-, podemos prever que las expectativas van a ser brillantes. Si se juntan talento, investigación y desarrollo, fuerte inversión, ideas innovadoras, diversificación de la actividad productiva y una política de marketing centrada en emocionar al cliente, el éxito está asegurado.

En estos tiempos de crisis en que España está a la cola en I+D+i, con una actividad emprendedora bajo mínimos, y la industria automovilística arrodillada, sometida completamente al arbitirio de la  inversión extranjera, es díficil imaginar a una empresa española que fabrique automóviles bajo premisas como las expuestas en el párrafo anterior. Cuesta creer que existiese algo así, ¿verdad?

A pesar de fundarse hace más de 100 años, el caso de la marca Hispano-Suiza podría estudiarse hoy en día en muchas escuelas de negocios como ejemplo de lo que debe ser una empresa. Pero remontémonos al inicio, a la Cataluña de finales del siglo XIX.  Aunque tardíamente, la revolución industrial había llegado a España y vivía su mejor momento en Cataluña. En 1899, un joven ingeniero suizo de 21 años, Marc Charles Birkigt Anen, fue contratado por el empresario Emilio de la Cuadra para que le diseñase motores eléctricos que pretendía vender en su empresa «Compañía General Española de Coches Automóviles Emilio de la Cuadra, Sociedad en Comandita». Aunque la experiencia del vehículo eléctrico fue un completo fracaso, el joven ingeniero suizo aprovechó ese tiempo para estudiar el motor de combustión de los automóviles Benz que representaba su jefe.

Hispano-Suiza con carrocería de aluminio denominado Sardina. Foto: wikipedia

Cuando esta empresa quebró, fue absorbida por una nueva sociedad creada por José María Castro Fernández, acreedor de la de Cuadra. La «J. Castro, Sociedad en Comandita, Constructor Hispano-Suiza de Automóviles« ya incluyó entre los accionistas a Birkigt, que también asumió la dirección técnica del proyecto. Diseñando varios coches, el suizo pronto alcanzó una cierta notoriedad debido a su ingenio, creatividad y talento para la innovación en motores. Sin embargo, el dinero se agotó pronto y la entidad se vio abocada a la suspensión de pagos.

Tuvo que ser un nuevo acreedor, Damián Mateu y Bisa, quien se hiciese cargo de la Hispano-Suiza. Convencido por las brillantes ideas de Birkigt, Mateu realizó un completo análisis de la situación en la que se encontraba la empresa concluyendo que el problema que había hundido las dos anteriores iniciativas era la falta de inversión. Inyectando el suficiente capital, el negocio tenía que funcionar. Así que el 14 de junio de 1904, se constituyó «La Hispano-Suiza, Fábrica de Automóviles, S. A.», con un capital social de 500.000 pesetas.

El rey Alfonso XIII inspeccionando el avión "Flecha", con motor Hispano-Suiza. Foto: wikipedia

Con las primeras unidades entregadas, Marc Birkigt cerró un acuerdo en Ginebra con «Société d’Automobiles à Génève» para venderles la licencia de fabricación de los Hispano-Suiza. En aquella época era habitual que las marcas montasen tan sólo el motor y el chásis, siendo el cliente final el que lo mandaba a un carrocero para que le hiciese el resto del coche a su gusto.

Muy pronto empezaron a convertirse en paradigmas del buen gusto y en codiciados objeto de lujo debido a la superior calidad de sus diseños, y a la fiabilidad de sus motores. El ser los mejores en las incipientes competiciones automovilísticas también contribuyó a crear esa imagen de prestigio.

Pero la mejor acción de marketing fue entregarle uno de sus modelos al rey Alfonso XIII en 1907. El monarca, un fanático de los coches, pudo pilotar un cuatro cilindros de 20 CV opinando que era resistente y fiable. A partir de entonces, el idilio entre la Casa Real española y la Hispano-Suiza fue acrecentándose. Con el rey como mejor publicista, la imagen de marca fue consolidándose como una de las mejores, sin nada que envidiar a fabricantes de prestigio como Rolls-Royce o Mercedes-Benz. El propio don Alfonso compraría acciones en algunas de las ampliaciones de capital, llegando a controlar un 8% del capital.

Emblema de la cigüeña y logotipo de Hispano-Suiza. Foto: wikipedia

Al igual que hizo otra marca mítica como Rolls-Royce, a todas luces la referencia  indiscutible del lujo más refinado, Hispano-Suiza decidió desarrollar una estrategia de diversificación productiva fabricando motores para barcos y para aviones. De hecho, el emblema de la marca, una cigüeña de líneas modernistas, muy del gusto de la Belle Epoque, se empezó a utilizar como homenaje a la mascota de una de las escuadrillas francesas más laureadas de la Primera Guerra Mundial. Y es que los motores V8 de 140 CV que montaban los cazas aliados se revelaron como uno de los puntos clave para obtener la superioridad aérea y la posterior victoria. Se estima que entre los fabricados directamente por Hispano-Suiza y los creados bajo sus propias licencias se vendieron cerca de 50.000 motores de avión.

Continuará…

Hispano-Suiza, una leyenda a imitar (II).